Cada 23 de diciembre el teléfono suena interrumpiendo el silencio de la mañana que ya huele a navidad.
Del otro lado de la línea mi madre cantándome las mañanitas. Yo en el otro extremo, un tanto apenado porque ya no soy un niño. Bueno, para ella tal vez siga siendo su niño. Termina de cantar y me dice cuanto me ama y deseándome un buen día, Presurosa dice: «Hijo, ¡Tengo que ir a trabajar!»
Muchas veces llegué a pensar que ese teléfono algún día no sonaría. Pero rápidamente trataba de que mis pensamientos se desviaran a otro tema.
El día llegó. 23 de diciembre 2020 y el teléfono no sonó. Aquella mañana el silenció permaneció, el silencio dominó, el silencio se quedó.
El silencio que no puedes ver y tal vez ni siquiera sentir, estaba haciendo daño en mi corazón. Nunca pensé que algo que no puedes ver, tocar y que parece no existir pudiera doblarte y hacerte sentir dolor.
El 23 de diciembre será ahora entonces para el silencio, ya no para mí. ¿Cuánto tiempo? No lo sé, lo que sí sé es que en algún momento ese silencio llegará a invadir mi cuerpo y mis labios y habré pasado a ser silencio.
Ese silencio que me hizo tanto daño parece ahora darme la mano. Cuando el silencio me invada, entonces llegaré hasta dónde está mi madre y el silencio se romperá con su canto, pero esta vez su canto será eterno y el silencio… el silencio no será más.
Adrián Soltero.