Estaba cursando el 1er semestre de la carrera de administración de empresas y me encontraba sentado en la parte de atrás, soy alto y sentarme atrás ayudaba a no estorbar la visión a los demás, aparte me sentía un poco más relajado.

La materia en cuestión era precisamente “administración” y el maestro que la impartía era un profesor un tanto peculiar, de mediana estatura, bigote, un poco barrigón y con botas vaqueras muy bien lustradas.

El maestro usaba para su cátedra un libro muy “grueso” como principal herramienta y adicionalmente estaríamos estudiando otro de menos hojas con ejercicios prácticos.

Al inicio todo iba bien, pero pronto se volvió una pesadilla. La forma de impartición de cátedra era como sigue:

El maestro tomaba su lista de asistencia y una vez comprobado quien estaba presente y quien no, procedía a mencionar nombres “al azar”, y el alumno mencionado tenía que pararse al frente y empezar a recitar palabra por palabra el capítulo solicitado por el maestro. Tenías que decir: título, subtítulo, tema, definiciones, etc., todo de memoria. Si salías “airoso” entonces contabas con un punto bueno para el próximo examen parcial, de lo contrario era un punto malo. Una vez que terminaba este proceso de angustia, el maestro nos daba oportunidad de leer y hacer preguntas de cualquier duda respecto al tema que se estaba estudiando.

Llegó el día, el maestro habló en su peculiar tono fuerte y me llamó por mi apellido, como se acostumbraba en la Universidad, y resonó en el salón de clase: «Soltero, pase al frente» un escalofrío me recorrió de pies a cabeza. ¡No había estudiado!, me limité a decir: «no estudié Licenciado», el maestro enfatizó: ¡Punto menos próximo parcial! no había nada más que hacer, al menos sentí un poco de alivio por el resto de la clase, ya no contaba con esa tensión de que mencionara mi nombre, solo restaba ese sabor amargo de mi “punto malo”.

Ese día, después de salir de la Universidad, me encaminé a mi apartamento el cual compartía con otros amigos Universitarios. Una vez ahí tomé el libro de administración, lo abrí y me saltó a la cabeza una idea; decidí dejarle todo a la “probabilidad y estadística”. Tal vez influenciado por la reciente experiencia en la escuela de ingeniería que recién había abandonado.

Aquí puedes leer la historia por si te interesa: Mi experiencia en el Tecnológico de Chihuahua (Parte 1 de 2).

Yo me hacía este escenario en mi mente: “Hoy el maestro seleccionó mi nombre, somos más de 40 alumnos, las probabilidades de que me pregunte mañana son mínimas” Y como mencioné hace un rato, le dejé mi vida a la “probabilidad y estadística” ¿Qué podría salir mal?

Al día siguiente. El maestro habló en su peculiar tono fuerte y me llamó por mi apellido: «Soltero, pase al frente», un tanto apenado y frustrado dije: «no estudié Licenciado» y como era de esperarse, el maestro enfatizó: ¡Punto menos próximo parcial!

Empecé a dudar de la certeza de la “probabilidad y estadística” al menos la probabilidad no me había hecho justicia. A partir de entonces y hasta el día de hoy no le confío mucho que digamos.

Me empecé a preocupar de sobremanera porque en el reglamento de la Universidad establecía que, si un alumno de la carrera de Administración de empresas reprueba la materia de Administración o de Contabilidad, queda dado de baja automáticamente. Suena lógico.

Me dispuse con toda buena actitud a estudiar fuertemente. En clase habíamos ya terminado 3 capítulos del libro “grueso”, ya me había aprendido el 1er capítulo de memoria. En eso estaban las cosas cuando el día menos esperado el maestro llegó y vociferó: ¡Examen sorpresa! El examen abarcaba los 3 capítulos ya estudiados. Ya se pueden imaginar el desenlace. En la escala del 1 al 10, mi calificación fue de un 3 y para acabar de hacer el asunto más aterrador tenía 2 puntos malos. Calificación final del examen parcial un 1.

Faltaban 3 exámenes parciales más y un examen final semestral que abarcaba todo lo aprendido en el semestre. Los 4 exámenes parciales se sumaban y se dividían entre 4, ahí tenías tu 1ª calificación. Quedaba entonces pendiente la calificación del examen semestral la cual se sumaba al resultado anterior y se dividía entre 2. Esa era tu calificación final.

Se presentaba otro problema, el examen semestral era un verdadero dolor de cabeza y muchos reprobaban y otra regla de la universidad era que no se podía reprobar el examen final, tenías que obtener un mínimo de 6 para evitar reprobar la materia.

Dependiendo del maestro, existía una forma de evitar el examen semestral y era la siguiente: en este caso, si lograbas obtener por lo menos un promedio de 8 de calificación en los exámenes parciales, el maestro te daba la oportunidad de exentar el examen final y obtendrías automáticamente la misma calificación del promedio parcial en el examen semestral.

Empecé a hacer cuentas, si lograba obtener la máxima calificación posible en los 3 exámenes restantes, es decir 10, aun con eso no lograba llegar al promedio de 8 tan ansiado, la calificación del 1er examen me había echado todo a perder.

Solo quedaba una cosa por hacer, sin duda era estudiar, pero eso no sería suficiente. Había, además, que cambiar la estrategia en clase.

Llegué a mi salón de cátedra como cualquier otro día y me senté atrás como de costumbre. El maestro, después de pasar la lista de asistencia, empezó a nombrar a los alumnos… ¡había caras de terror!, me imaginaba un paredón de acusados que al nombrar tu nombre significaba que eras el siguiente en ser ejecutado. En cierta manera así lo era.

En esta ocasión no se escuchó mi apellido. Una vez finalizado el proceso de “ejecución” el maestro nos indicó que era tiempo de leer y/o aclarar dudas.  Me armé de valor y le dije: «Licenciado, ¿se puede participar como voluntario?» ¡por supuesto! – dijo el maestro con tono fuerte, ajustándose los pantalones y dando una peinada a sus bigotes con los dedos- pasé al frente y empecé a “recitar” el tema; después de unos momentos el maestro corroboró que tenía el tema dominado y me interrumpió diciendo, ¡Hasta ahí!, y la siguiente frase fue una dulce canción a mis oídos: ¡Punto bueno para el próximo parcial! Mi estrategia había funcionado, al menos ahora, faltaba camino por recorrer.

Al día siguiente llegué a clase temprano, como era parte de mi rutina diaria. Esto me permitió escoger un asiento al frente de la clase en una esquina justo frente al escritorio del maestro. ¡Demasiado arriesgado! Pero era parte de la estrategia que me había planteado.

El proceso de impartición de clase siguió su curso y solicité mi participación como voluntario de nueva cuenta y obtuve otro punto bueno, ya contaba con 2 puntos buenos por si acaso. Después de 2 participaciones voluntarias no escuché mi nombre en 3 días más o menos.

El maestro esta vez anunció el día del siguiente examen parcial. Yo estaba preparado y listo para la batalla.

Uno o dos días después del examen, el maestro entregó las calificaciones. Había logrado un 10 de calificación. De inmediato pensé ¿Y mis 2 puntos buenos?

La siguiente fase de la estrategia era empatizar con el maestro. Yo, como muchos en ese momento, usaba botas vaqueras. Al final de clase me acerqué al maestro y le dije: «Licenciado, que bonitas botas» ahh me dijo, son de piel de… (no recuerdo que piel mencionó, era lo de menos) y le dije a mí también me gustan las botas. Calzaba yo en ese momento unas botas de piel de armadillo color negro con tarugos de mesquite.

El maestro no volvió a pronunciar mi nombre “al azar” desde aquel día de mi primera participación de voluntario.

Yo seguí mi estrategia y con el transcurso de los días había obtenido otros 2 puntos buenos como voluntario.

Ya contaba con la empatía del maestro, me sentaba al frente, participaba y hacía preguntas de forma recurrente.

Entonces, me atreví a hacer una jugada para medir hasta donde mi estrategia estaba funcionando.

Solicité mi participación como voluntario y en esta ocasión yo no había estudiado ¿Qué diantres me pasó por la cabeza? ¿Acaso quería echar a perder todo lo andado? Pregunté: ¿Voluntarios Licenciado? el maestro me dijo. -Calma Soltero, hay que dar oportunidad a los demás-

Llegó el siguiente examen parcial, el 3º y obtuve de nueva cuenta 10 de calificación. Me pregunté de nuevo ¿Y mis 2 puntos buenos? Ahora se me ocurrió decir al maestro, «Licenciado, tengo 2 puntos buenos en este parcial, ¿hay forma de poder donarlos a algún compañero que los necesite?» ¡Caray! Que sensación tan agradable. Pero, no se podían transferir puntos.

Llegó el día en el cual el maestro mencionaría los nombres de los alumnos que exentarían el examen semestral. Como pueden imaginar mi corazón latía a toda prisa ya que mi calificación era de 7.7 y dadas las características rígidas del maestro, me esperaban largos días de estudio para el examen semestral.

Ya que estaba yo frente al escritorio, podía ver los movimientos del maestro con la lista de alumnos. Mi nombre estaba casi al final de la lista ya que estaban ordenados por apellidos.

Inició el proceso… empezó de arriba y fue mencionando los apellidos de los exentos (muy pocos, por cierto) con el dedo se iba guiando en lista, cada segundo que pasaba y cada movimiento hacia abajo de la lista era de una tensión terrible. Llegó al final de la hoja y regresó su dedo al inicio de la lista. Era obvio que no había más exentos. En un sorpresivo movimiento, regreso hacia abajo y dice: -Soltero Macías- ¡Son todos los exentos, los demás nos vemos en el semestral!

Ese día confirmé que había que tomar las cosas más en serio, como dice el dicho “Me llegó la lumbre a los pies” afortunadamente pude salir airoso…por esta vez. Nos leemos a la próxima.

Adrián Soltero Macías.